Opinión

Bitácora del Presidente

Por: Asela María Lamarche.

1:00 am: Aún sigo en el Palacio firmando documentos. Me duele la muñeca y un poco la espalda. Me paro un momento y camino y voy hacia el balcón, la brisa suave entra y me acaricia el rostro. Todo está en calma… Suena el teléfono. Es Raquel… me dice con su voz dulce y serena, -mi amor, ya es muy tarde, descansa un poco ven a casa. Las niñas preguntan por ti. Hoy te hicimos dulce de coco, tu favorito y ni lo has probado…

– Guárdame, me queda una hora más y voy para allá; hay asuntos muy urgentes que despachar. El país me necesita…

– Sí, me dice Raquel con maternal ternura, «pero debes descansar».

Voy hacia la cocina del palacio. Los militares de seguridad me siguen sorprendidos, parece que nunca habían visto a un presidente caminar hacia la cocina del palacio. Palmeó el hombro de Pablo, quién me mira con sus ojos de bondad. Su madre es profesora. Me contó que son siete hermanos e inicialmente, mientras se formaba como profesora, hacia planchados y lavados para mantenerlos, hoy los siete son profesionales. Él está estudiando derecho. Me honra tenerlo aquí. Así son todos, jóvenes comprometidos con la superación y el cambio en nuestro país.

La puerta está abierta y hay luz en la cocina. Uno de los camareros está sentado en una esquina. Es José. Tiene 39 años en el Palacio. Ha visto y servido con esmero muchos presidentes. Y no hay quien le hable de jubilarse ni descansar. Se  levanta de la mesa donde tomaba un café. Ah…que aroma tan agradable. No hay nada como un café dominicano recién colado. Nada se compara. Le digo a José, ¿hay un poco para mí?

– José, sonríe. Claro, Señor Presidente. ¿Le pongo cremora?

– No. Déjamelo así. Lo necesito bien cargado, aún me queda una hora más de trabajo. Y dime Luis. Estamos solos. No te preocupes ahora por el protocolo.

José vuelve a sonreír. Y me sirve el café. Le pongo una sola cucharada de azúcar.

Me quito el reloj. Y desabotono los dos primeros botones de la camisa. Me arremango la camisa.

Así está mejor.

-Le digo, ¿José, y cómo van las cosas?

-Bueno, señor presidente…

Luis, recuerda.

-Bueno…mi señor Luis… La gente está muy impaciente. Quieren que usted arregle el problema de años en meses… Pero usted tómelo con más calma. Todos los días veo que se va a las 2 am y hasta las 3 am. Debe descansar, doña Raquel me dice que cuando lo vea lo convenza de ir a su casa más temprano. Y que lo obligue aunque sea a comerse un sándwich. La mayoría de las veces me lo deja intacto. Hoy por cierto no ha cenado siquiera. Miré le tengo estás tostadas. Están calientitas. Cómaselas por favor.

– Está bien José. Pero come tú también. Y siéntate conmigo aquí a comértelas.

– Oh no, señor. Eso sería muy incorrecto.

– No lo es. Tú eres un ciudadano igual que yo. Y uno que trabaja mucho y con esmero. Quítate ese saco y corbata. A esta hora esa formalidad ya no es necesaria.

José se quita el saco. Y la corbata. En sus ojos hay alivio. Me mira con cariño. Me recordó la mirada de mi padre. Sabia y buena. Cuanto me gustaría que estuvieras aquí conmigo papá, ahora…sentado con José y conmigo. En esta cocina… Tomándonos este café y escuchando tus sabios consejos.

Veo el reloj. Ya son la 1:30 am. Siento algo en el bolsillo. Me llevo las manos a la cabeza. Es la pulserita que le compre en una artesanía local con piedrecitas de colores a mi hija Ester. Es su cumpleaños y olvide dársela. Decido ir a casa. Quiero ponérsela en su mesita de noche para cuando despierte la encuentre. Aprovecho para escribirle una nota: » Ester, mi niña que ya se ha hecho grande, pero a mis ojos, seguirás siendo siempre mi niña. Así como estás piedrecitas de colores quiero que sea tu vida llena de color y alegría. Feliz cumpleaños. Te amo. Tú papá. “Sonrío al imaginarla dormida. Las tres sacaron la ternura y belleza de su madre, mi Raquel. Y de sus abuelas. Y el compromiso con el país”.

Camino hacia el parqueo. Miguelito, se apresta a abrir la puerta del conductor. Le digo no. Tú sabes que lo que más me gusta es conducir yo mismo.

– Pero, es muy tarde y usted debe estar muy cansado, me dice.

– No, el café de José me reanimó. Estoy bien.

Me pongo, el reloj. Y el cinturón. Empieza a llover ligeramente. Enciendo la música y suena una de mis canciones predilectas de Juan Luis Guerra: Ojalá que llueva café… voy a casa… Mañana debo estar listo a las 6:00 am para iniciar la agenda del día.

*Nota: Está es una historia muy real de cómo es en realidad nuestro presidente y de lo que él y su familia vive en el día a día. Seamos un poco más comprensivos.

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