Por qué un buen estratega político vale más que 300 asesores sin conocimientos
Por Angel Puello
En la arena política moderna, donde cada segundo de exposición pública cuenta y cada error puede costar miles de votos, la diferencia entre ganar y perder no se mide únicamente en recursos económicos o en el tamaño del equipo, sino en la calidad de la estrategia. Por eso, un buen estratega político vale más que 300 asesores sin conocimientos.
Un estratega político no es un simple consejero; es el arquitecto de la campaña, el que sabe leer el terreno, interpretar la realidad y trazar la ruta que lleva a un candidato desde el anonimato hasta la victoria. Puede tener a su alrededor decenas de asesores bien intencionados, pero si estos carecen de visión, experiencia y capacidad de análisis, se convierten en ruido, no en soluciones. La política es como una batalla: puedes tener un ejército numeroso, pero sin un general experimentado, el resultado está condenado al fracaso.
Las razones por las cuales un buen estratega es una bendición en cualquier campaña son múltiples. En primer lugar, posee la capacidad de simplificar lo complejo. Mientras muchos asesores se pierden en detalles irrelevantes o ideas sin conexión, el estratega sabe priorizar, enfocar y darle dirección al mensaje central de la campaña. En segundo lugar, conoce el valor de la percepción pública: entiende que no basta con tener propuestas sólidas si estas no se comunican de forma clara, emocional y convincente. Y en tercer lugar, aporta serenidad en medio del caos. Cuando todos opinan, cuando el candidato está presionado por encuestas o ataques, el estratega es quien aporta visión de largo plazo y evita que la campaña se pierda en reacciones improvisadas.
No se trata de desestimar el rol de los asesores. Ellos cumplen funciones valiosas y necesarias: algunos analizan datos, otros preparan discursos, coordinan logística, manejan redes sociales o supervisan encuestas. Sin embargo, la diferencia está en que el estratega es quien convierte todas esas piezas en un engranaje coherente. Un asesor aporta, el estratega conduce. El asesor ejecuta, el estratega diseña. Y cuando un asesor tiene conocimientos sólidos, puede convertirse en una verdadera pieza clave que, bajo la guía del estratega, aporta ideas brillantes y soluciones innovadoras.
En la historia contemporánea sobran ejemplos de líderes que llegaron al poder no por ser los favoritos de inicio, sino porque tuvieron un estratega capaz de convertir debilidades en fortalezas. Hubo campañas internacionales donde el candidato era visto como débil, pero la estrategia lo transformó en símbolo de esperanza. En otros casos, figuras poco conocidas lograron posicionarse como presidenciables en cuestión de meses gracias a un plan bien diseñado. Lo común en todos esos procesos no fue el tamaño del equipo, sino la claridad de la estrategia que los guió.
Un buen estratega no improvisa: estudia la psicología del votante, conoce las dinámicas del territorio, maneja herramientas de comunicación digital y entiende el poder de las emociones en política. Su aporte no es llenar espacios con frases bonitas, sino construir un relato que inspire y movilice. Donde 300 asesores sin rumbo aportarían opiniones dispersas, el estratega construye una narrativa que da cohesión y propósito.
Además, un estratega con visión sabe algo que muchos olvidan: una campaña no termina con el día de las elecciones. Todo proyecto político debe pensar en gobernar, en sostener el liderazgo y en fortalecer la credibilidad del candidato incluso después de la victoria. En ese sentido, un buen estratega no solo gana campañas, también construye gobiernos estables.
En conclusión, la política no es un concurso de improvisaciones, ni se gana por saturar al candidato con voces sin rumbo. Se gana con estrategia, visión y disciplina. Un buen estratega político vale más que 300 asesores sin conocimientos porque su aporte no se mide en cantidad, sino en calidad. Es quien convierte las aspiraciones de un candidato en la ilusión de un pueblo y transforma las ideas dispersas en un proyecto capaz de conquistar voluntades.
Al final del día, es mejor tener un cerebro lúcido que sepa hacia dónde ir, que cien voces repitiendo lo que ya todos saben. Esa es la diferencia entre hacer campaña y hacer historia.angelpuello@gmail.com
“Es quien convierte las aspiraciones de un candidato en la ilusión de un pueblo y transforma las ideas dispersas en un proyecto capaz de conquistar voluntades.”
Está cita es el punto neurálgico de el triunfo.