Opinión

Nepal: cuando la juventud dijo “basta” — y por qué eso nos habla a todos

Por Angel Puello

En Nepal, una chispa digital encendió una hoguera política. El gobierno intentó bloquear más de dos decenas de redes sociales bajo el argumento de “ordenar” el espacio en línea; lo que consiguió fue movilizar a una generación entera —confluida con amplios sectores del pueblo— que salió a la calle a defender su voz. Las manifestaciones, inicialmente pacíficas, escalaron tras la represión: hubo muertos y heridos, edificios gubernamentales incendiados, viviendas de líderes políticos atacadas y, finalmente, la renuncia del primer ministro. Detrás del detonante tecnológico había un malestar más profundo: corrupción persistente, nepotismo y falta de oportunidades para la juventud.

Lo ocurrido en Katmandú y otras ciudades tiene una lección sencilla y, a la vez, contundente: no es el pueblo quien debe temer a los políticos; son los políticos quienes deben temer defraudar al pueblo. Cuando el poder intenta silenciar los canales por donde la ciudadanía informa, se organiza y fiscaliza, erosiona el último dique de confianza. La prohibición —breve pero explosiva— de plataformas como Facebook, X, YouTube o WhatsApp no solo interrumpió conversaciones: fue percibida como un intento de apagar el escrutinio social. El resultado fue el contrario: una ciudadanía más vigilante y determinada, capaz de sostener protestas masivas hasta forzar la rectificación y la caída del liderazgo que impulsó la medida.

Conviene subrayarlo: las redes no son el problema; el problema es el abuso, tanto del poder como del propio ecosistema digital. En sociedades con frustración acumulada —desempleo juvenil, desigualdad, clientelismo— cualquier restricción generalizada luce menos como “regulación” y más como mordaza. En Nepal, la prohibición fue el fósforo; la hoguera, el descontento. Por eso, aun cuando el gobierno revirtió el veto, el daño estaba hecho y el sistema político quedó obligado a ofrecer cambios verificables.

Lo que Nepal nos recuerda en la República Dominicana

  1. La libertad de expresión es un seguro de estabilidad, no un obstáculo. Regular sí; censurar, no. Las plataformas requieren reglas de transparencia, protección de datos y combate a delitos reales (fraude, explotación, incitación a la violencia), pero jamás un apagón masivo.
  2. Juventud con futuro, país con paz. La mejor vacuna contra la radicalización es una agenda económica para jóvenes: empleo de calidad, oportunidades tecnológicas, becas con retorno productivo y apoyo al emprendimiento. El malestar juvenil no estalla por un “like”; estalla por la falta de horizonte.
  3. Gobiernos que escuchan antes, no después. Antes de normar lo digital, se deben convocar mesas abiertas con prensa, sociedad civil, tecnólogos, creadores, emprendedores y académicos. Una evaluación de impacto regulatorio pública —con datos— reduce errores costosos.
  4. Transparencia radical. Publicar, en formatos abiertos, contratos, compras, financiamientos partidarios y conflictos de interés. La confianza no se decreta: se audita. Portales usables, datos verificables y lenguaje claro.
  5. Protocolos de protesta y policía democrática. Formación en derechos humanos, mediación, uso progresivo de la fuerza y cámaras corporales con políticas de publicación. Cada abuso en la calle multiplica la indignación en la red.
  6. Alfabetización digital nacional. Programas continuos en escuelas y comunidades sobre verificación de información, privacidad, ciberseguridad y discurso responsable. Menos pánico moral, más ciudadanía digital.
  7. Órganos independientes y con dientes. Un regulador de telecomunicaciones y una defensoría de datos autónomos, con procesos sancionatorios claros, plazos y recursos. Sin autonomía, cualquier regla huele a herramienta política.
  8. Alertas tempranas sociales. Tableros públicos que integren indicadores de empleo juvenil, precios, criminalidad, denuncias de corrupción y percepción social. Si el termómetro sube, la respuesta debe ser política pública, no censura.

La moraleja es diáfana: apagar redes no apaga problemas. Las democracias saludables convierten el ruido social en insumo de reforma, no en motivo de castigo. Nepal mostró la potencia de una generación que se sabe conectada y dueña de su destino; mostró, también, el costo fatal de confundir autoridad con autoritarismo.

En la República Dominicana, cuidemos lo esencial: derechos, diálogo y resultados. Un gobierno que rinde cuentas y abre canales siempre estará más seguro que uno que pretende cerrarlos. Porque, al final, la legitimidad no se sostiene con filtros ni con bloqueos, sino con confianza ganada a la luz del día.

– El autor es productor de tv ,  creativo y estratega de comunicación politica, 

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