Opinión

Cuando nuestros hijos se pierden… sin salir de casa

Por Ángel Puello

Hubo un tiempo no muy lejano en que los padres temíamos que nuestros hijos se perdieran en una plaza comercial, en un parque de diversiones, en una excursión escolar, en un resort o en el campo abierto. Nos preocupaba que se soltaran de nuestras manos y que no supieran cómo regresar. El miedo era que se extraviaran físicamente, que desaparecieran de nuestra vista, que salieran sin rumbo por las calles de donde vivíamos. Ese era el mayor peligro… o eso creíamos.

Hoy, en pleno siglo XXI, con la tecnología invadiendo cada rincón de nuestra vida, nuestros hijos pueden perderse sin moverse de su habitación.
Encerrados en cuatro paredes, con la puerta cerrada y el celular en la mano, muchos jóvenes han sido absorbidos por un universo virtual donde abundan las distracciones y escasean los abrazos reales.
Están ahí, en casa. Pero no están. Están presentes, pero no conectados con lo verdaderamente importante.

No se pierden ya en plazas, ni en excursiones. Se están perdiendo frente a una pantalla.
Una pantalla que les dicta cómo deben verse, cómo deben hablar, qué deben sentir, a quién deben admirar, a quién deben seguir, qué debe dolerles y qué no.
Una pantalla que sustituye conversaciones por notificaciones, abrazos por likes, consejos por “trends”, y valores por “views”.

Y lo más preocupante es que no solo se pierden cuando están solos en su habitación.
Muchos de nuestros hijos se extravían emocionalmente aunque estén sentados con nosotros en la sala, en el comedor, en la cocina o en el jardín. Con un celular en la mano, su mente y su corazón pueden estar a kilómetros de distancia, inmersos en un mundo paralelo donde tú, padre o madre, apenas eres un ruido de fondo.

¿Qué está viendo tu hijo en esa pantalla? ¿A quién escucha con más atención: a ti o a un influencer? ¿Qué historias le están moldeando la mente? ¿Qué palabras están formando su autoestima? ¿Cuántas horas ha pasado hoy dentro de una red que lo conecta con el mundo, pero lo desconecta de sí mismo?

Hoy más que nunca, el verdadero acto de amor es estar atentos.
No basta con darle comida, ropa o techo. Necesita guía, tiempo, preguntas sin juicios y abrazos sin condiciones.
Necesita que te sientes a su lado no para interrogarlo, sino para escucharlo. No para regañarlo, sino para entenderlo.
Necesita que mires más allá de la pantalla y busques con él un punto de encuentro donde el corazón tenga más poder que el Wi-Fi.

Sí, las redes sociales pueden ser útiles. Las plataformas digitales pueden educar. El mundo virtual tiene sus ventajas. Pero ningún algoritmo podrá reemplazar la mirada amorosa de un padre o una madre que sabe cuándo su hijo se está perdiendo… aunque no haya salido de casa.

Nuestros hijos necesitan límites con amor, atención sin distracción, y presencia real en un mundo lleno de apariencias.
Necesitan que les enseñemos a usar la tecnología sin que la tecnología los use a ellos. Que puedan tener un celular en la mano sin perder el alma en el proceso.
Que comprendan que un corazón lleno vale más que una cuenta llena de seguidores.

Este es el momento. Aún estamos a tiempo.

A tiempo de apagar la pantalla por unos minutos y encender la conversación.
A tiempo de cambiar un scroll infinito por una caminata al parque.
A tiempo de volver al arte de mirar a los ojos, de compartir una comida sin interrupciones, de escuchar sin prisas, de amar sin Wi-Fi.
A tiempo de decirle a nuestros hijos que no queremos que se pierdan, ni afuera, ni adentro. Ni física, ni emocionalmente.
A tiempo de construir un hogar donde lo digital no apague lo humano, sino que lo complemente con equilibrio, conciencia y amor.

Porque perder a un hijo en un centro comercial tiene solución. Pero perderlo en su propia mente, en su aislamiento emocional, en una pantalla que lo educa más que tú, puede tener consecuencias silenciosas… y devastadoras.

Y tú, que estás leyendo esto, ¿sabes realmente dónde está tu hijo ahora?

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