«Sorcerer», el rodaje más infernal de Hollywood fue rodado en RD
En la segunda mitad de los años 70, República Dominicana se convirtió en el set de uno de los rodajes más caóticos de la historia del cine. La ironía no pasó desapercibida. “Sorcerer” era, en esencia, una película sobre los horrores del imperialismo petrolero y la explotación de países pobres por corporaciones extranjeras. Y, sin embargo, se filmaba en un país dominado por una de esas mismas corporaciones.
William Friedkin (el director), provocador, decidió incluir en una escena la foto real de la junta directiva de Gulf and Western como representación de los “villanos” capitalistas.
El gesto desató la ira del magnate Charles Bluhdorn, que veía cómo el director usaba recursos financiados por su conglomerado (Paramount Pictures la adquirió a través de Gulf and Western) para atacar simbólicamente en pantalla.
Esa contradicción –filmar una crítica al imperialismo con el dinero y la infraestructura del propio imperialismo– marcó el tono del rodaje.
Para los dominicanos, significaba la llegada de empleos temporales, dólares frescos y la oportunidad de codearse con Hollywood. Para Friedkin, era un escenario exótico con ventajas logísticas, aunque pronto descubriría que no estaba preparado para su nivel de ambición.
EL PUENTE MALDITO
La secuencia más famosa de Sorcerer exigía un prodigio técnico: dos camiones debían cruzar un puente colgante de madera mientras una tormenta tropical azotaba el paisaje.
Friedkin insistió en construir un puente real en plena selva dominicana, sobre un río caudaloso. El set, que costó cerca de un millón de dólares, se convirtió en el corazón del rodaje.
El destino jugó en contra. Una sequía inusual secó el río hasta dejar apenas un hilo de agua bajo el puente. La imagen era ridícula: una estructura gigantesca colgando sobre un lecho de barro.
Friedkin, terco, ordenó desmontar el puente pieza por pieza y trasladarlo a México, donde un río más caudaloso prometía salvar la secuencia. La mala suerte continuó: el río mexicano también bajó de nivel, obligando a usar máquinas de lluvia artificial y filmar de noche para disimular lo poco profundo del agua.
El puente se convirtió en un símbolo de la producción: un esfuerzo titánico condenado a sabotajes de la naturaleza, un monumento al exceso y la obsesión de su director. Entre los locales, corrió la idea de que la construcción estaba “maldita”.

ENFERMEDADES
El clima tropical y las condiciones precarias del rodaje pronto pasaron factura. Decenas de miembros del equipo contrajeron malaria, infecciones y diarreas severas.
Friedkin mismo cayó enfermo, aunque se negó a detener la filmación. Se calcula que unas cincuenta personas tuvieron que ser evacuadas por problemas de salud.
La tensión interna se agravó con el temperamento del director. Friedkin despidió a varios directores de producción, protagonizó escenas extravagantes y mantuvo al equipo bajo un régimen de presión constante.
Un día ordenó a su chófer acelerar tanto por un camino rural que atropellaron a un cerdo; Friedkin lloró por el animal, y al mismo tiempo despidió al chófer. La anécdota circuló como un ejemplo del caos moral y emocional del rodaje.
Por si fuera poco, un operativo antidrogas reveló consumo de estupefacientes entre miembros de la crew. Al menos veinte fueron despedidos de golpe. Entre enfermedades, despidos y abandonos, la producción se convirtió en un desfile de reemplazos y nuevos contratados.
PRUEBAS DE RESISTENCIA
El rodaje se alargó mucho más de lo previsto y se convirtió en un campo de pruebas de resistencia. Roy Scheider, protagonista de Jaws, se encontraba solo al frente después de que estrellas como Steve McQueen o Clint Eastwood rechazaron el proyecto.
Aunque Scheider cumplió con profesionalismo, años más tarde reconoció lo duro y frustrante que había sido trabajar en condiciones tan extremas.
Los técnicos dominicanos que participaron recordaron la experiencia como “la locura de los americanos en la manigua”: jornadas interminables, calor sofocante, mosquitos y accidentes. Aun así, muchos valoraron la oportunidad de aprender de un rodaje de alto nivel, aunque el recuerdo estuviera teñido de caos.

LEYENDA NEGRA
Cuando Sorcerer llegó a los cines en 1977, arrastraba ya la fama de rodaje infernal. El golpe de gracia fue enfrentarse en cartelera con Star Wars. La película fracasó en taquilla y fue vista como un exceso del “nuevo Hollywood” que había perdido contacto con el público.
La reputación de Friedkin sufrió, y durante años Sorcerer fue recordada más por su rodaje maldito que por su calidad artística.
Para República Dominicana, el impacto fue ambiguo. Por un lado, no se convirtió en un escándalo mediático como ocurriría más tarde con Havana en 1990.
En los círculos de Hollywood, la isla empezó a ser percibida como un lugar problemático: selvas insalubres, infraestructura deficiente y riesgos logísticos. El mito de la “lista negra” de locaciones comenzó a tomar forma.
SUCESORA DEL DESASTRE
Si “Sorcerer” había dejado dudas, Havana las confirmó. En 1990, Sydney Pollack y Robert Redford intentaron recrear la Habana prerrevolucionaria en Santo Domingo, pero el rodaje estuvo marcado por apagones, enfermedades y tensiones políticas. El fracaso de la película consolidó la idea de que República Dominicana era un destino arriesgado para superproducciones.
Durante casi dos décadas, Hollywood evitó la isla. Incluso proyectos que mencionaban al país, como Jurassic Park, prefirieron filmar en Hawai y simplemente “doblar” la locación. República Dominicana aparecía en la pantalla, pero no en los rodajes.
El país tardó en superar ese estigma. Fue recién en los 2000, con la llegada de nuevas producciones y la creación de una Ley de Cine con incentivos fiscales en 2010, cuando empezó a recuperar terreno.
Estudios internacionales se instalaron en la isla, se formaron técnicos locales y poco a poco la República Dominicana pasó de ser vista como un infierno logístico a un polo cinematográfico emergente en el Caribe.
Hoy, películas y series de gran escala se filman regularmente en la isla, aprovechando su diversidad de paisajes y los beneficios fiscales. Pero el recuerdo de Sorcerer permanece como advertencia: el exceso de ambición, la falta de infraestructura y las tensiones políticas pueden convertir un paraíso tropical en una pesadilla cinematográfica.
El rodaje de Sorcerer en República Dominicana es una de esas historias donde la realidad supera la ficción. Lo que comenzó como un proyecto ambicioso respaldado por poderosas corporaciones se convirtió en un infierno de enfermedades, climas adversos, despidos y tensiones culturales. Aunque la película hoy es reivindicada como una obra maestra olvidada, su producción dejó una huella amarga en la percepción de Hollywood sobre la isla.
Sumado luego a los problemas de Havana, aquel legado se tradujo en una especie de lista negra no oficial que mantuvo alejadas a las superproducciones por años.
Con el tiempo, la República Dominicana logró revertir esa imagen, pero la leyenda del “puente maldito” de Friedkin y de un rodaje infernal en la selva sigue viva, recordando que en el cine –como en la vida– la línea entre la aventura y la pesadilla es muy delgada.