La Feria del Libro: un eco que no debe apagarse
Por Yanet Girón
Durante años, la Feria Internacional del Libro de la República Dominicana fue un acontecimiento esperado. No solo representaba un espacio cultural, sino también un símbolo de identidad, de encuentro y de motivación hacia la lectura. Era una tradición que marcaba el calendario nacional: en las escuelas se hablaba de ella, los medios de comunicación la promovían con entusiasmo, y familias enteras se daban cita para vivir la experiencia. Hoy, sin embargo, pareciera que ese brillo se ha ido apagando.
Lo que antes era noticia de primera plana, hoy pasa casi inadvertido. Muchos ciudadanos ni siquiera saben en qué fecha inicia la feria, y otros apenas se enteran cuando ya está a punto de concluir. La pregunta es inevitable: ¿qué ha pasado con ese fervor cultural? ¿En qué punto dejamos que el evento más importante para promover la lectura se desdibujara en medio de la apatía colectiva?
La respuesta no puede reducirse a un solo factor. Por un lado, vivimos en un tiempo en el que la inmediatez digital arrastra a generaciones enteras hacia pantallas que sustituyen la experiencia del libro físico. Por otro, la falta de promoción y de empeño por parte de las autoridades responsables ha contribuido a la pérdida de interés. La feria ya no ocupa los espacios mediáticos que alguna vez la convirtieron en un tema de conversación nacional.
Sumado a la fecha en que se realiza ahora, cuando a penas inicia el año escolar donde las familias han tenido grandes gastos en sus hijos y adicional, cambiaron las fechas que ahora coincide con la temporada de huracanes, con los cambios atmosféricos consabidos.
Pero también es justo señalar que el problema no recae únicamente en las instituciones. Como sociedad, hemos permitido que el hábito de la lectura se debilite. Nos hemos acostumbrado a un consumo rápido de información, a titulares efímeros y a la distracción constante. El lector apasionado, aquel que encontraba en la feria un refugio y un espacio de crecimiento, se enfrenta hoy a un entorno que no lo incentiva.
La Feria del Libro debe recuperarse, no solo como evento, sino como proyecto de país. No es un lujo cultural, es una necesidad educativa. Invertir en su promoción, en su organización y en su alcance social es apostar por una ciudadanía más crítica, más reflexiva y, por tanto, más libre. La lectura no debería ser vista como un adorno, sino como una herramienta de transformación.
Si dejamos que la feria muera en el olvido, estaremos renunciando a mucho más que a un evento anual: estaremos renunciando a la posibilidad de sembrar en las nuevas generaciones el amor por los libros. Y sin lectores, no habrá ciudadanos capaces de cuestionar, crear y construir un futuro distinto.
La feria no puede seguir siendo un eco apagado. Debe volver a ser la voz vibrante que nos recuerde que, en medio de todas las crisis, leer sigue siendo un acto revolucionario.