Domingo: el día en que el alma respira
El poder de detenerse, agradecer y renacer antes de comenzar una nueva semana.
Por : Angel Puello
Hay días que tienen una magia especial, una calma que se siente hasta en el aire. El domingo es uno de ellos. Es el día en que el mundo se detiene un instante para recordarnos que la vida no solo se trata de correr, sino también de detenerse, agradecer y reconectarse con lo esencial.
Desde el punto de vista cristiano, el domingo es el día del Señor, el día de la renovación y de la gratitud. Es el momento en que la fe y la familia se entrelazan, cuando las campanas de la misa o el culto dominical nos recuerdan que hay algo más grande que la rutina: la esperanza de comenzar otra semana con el alma en paz.
El domingo no es solo descanso, es reencuentro y reflexión. Es el día que nos invita a mirar hacia atrás con agradecimiento y hacia adelante con propósito. El escritor Ernest Hemingway decía que “el domingo es el día en que el alma toma nota de lo que el cuerpo ha vivido”. Y tenía razón: el domingo es el instante perfecto para hacer balance, para sanar heridas, perdonar, soñar y planificar con calma lo que viene.
Organizar bien el domingo es sembrar una semana más eficiente y equilibrada. Quien dedica ese día a limpiar la mente, a ordenar el hogar y a definir objetivos, inicia el lunes con una energía distinta: más clara, más productiva y más feliz.
Pero más allá de la planificación, el domingo es el día de la unión familiar. Es el día del almuerzo largo, de la sobremesa que no termina, de los niños jugando en casa, del abrazo de los abuelos, del café compartido sin prisa. Es el momento en que los lazos se fortalecen y la convivencia se vuelve oración viva.
Los grandes pensadores y líderes espirituales siempre han valorado la pausa dominical. Mahatma Gandhi afirmaba que “el descanso es parte del trabajo”, y el domingo representa precisamente eso: una pausa necesaria para poder seguir sirviendo, creando y amando mejor.
En una época donde la velocidad domina, el domingo nos enseña el valor de lo lento. Es el día que nos invita a volver al equilibrio, a recuperar el silencio interior, a reconectar con Dios, con la familia y con nosotros mismos.
Porque el domingo, más que un día libre, es una cita con el alma.
Y quien aprende a vivirlo plenamente, descubre que cada semana puede comenzar con un pequeño milagro de gratitud, serenidad y propósito renovado.
